"DE SEIS A OCHO" (Cuaderno Literario de La Tertulia Literaria de Guardamar)

miércoles, 11 de marzo de 2015

ARTÍCULO DEL ESCRITOR ANTONIO ÁLVAREZ GIL DE LA "TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR" PUBLICADO EN EL PERIÓDICO "GUARDAMAR DIGITAL" (11-03-2015)




Casi nunca regresa a su Ítaca natal, entre otras cosas porque la razón que lo hizo abandonarla se hace eternamente larga, más larga que su propia vida. El tiempo, sin embargo, consuma algún que otro retorno, aunque sea in memorian. En cualquier caso, no deja de ser una ironía que, una vez muerto, la vuelta del antiguo paria sea administrada por las autoridades locales según criterios de un momento específico. Se lava lo que se pueda de la imagen del difunto y se recupera parte de la obra “tolerable”. Se oyen frases que hubieran sido insólitas un poco antes: “después de todo, no estaba tan en contra..., si no hubieran sido tan injustos con él..., eran otros tiempos..., las cosas han cambiado mucho en el país”. Y todos tan felices. El daño, sin embargo, ya está hecho. Me refiero al daño infligido al creador y a su propio país, que será siempre difícil de reparar. Bien analizado, nadie podría decir qué se gana con esconder parte de este legado cultural al pueblo, que tendría que ser el primero en disfrutar de él; pero eso parece no importar mucho a los guardianes que velan por la pureza de la ideología nacional.

En este proceso de combustión del patrimonio intelectual del país todo son pérdidas, realmente. Pero ¿quién pierde más? ¿El artista o el estado totalitario que lo excluye de sus registros? Cierto que hay familias separadas, sueños extraviados, carreras interrumpidas, vidas destrozadas por la frustración, obras que naufragan en la profundidad de los cajones, ansiedad sin límites, zozobra capaz de consumir a creadores que vagan como almas en pena por el mundo. Y en muchos casos, olvido; nadie en su patria que los reconozca o los aprecie. Pero hay una pérdida mayor aún, porque es la suma de todas esas pequeñas pérdidas individuales: la que sufre la cultura nacional con la existencia de varias generaciones de artistas desparramados por el planeta, toda una purga genética que muchas veces se lleva una valiosa semilla para que vaya a germinar en otro suelo. Allí dará sus frutos y contribuirá al enriquecimiento material o espiritual de un pueblo que ya no será el pueblo del artista errante. Una enorme cosecha de talento que el país pierde, sin que su receptor natural se entere siquiera de que existe.

Antonio Álvarez Gil              Guardamar del Segura, diciembre de 2014


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