FANTASMAS
Bianca Aparicio Vinsonneau
Es media noche y doce silenciosas campanadas
resuenan en mi cabeza. El viejo reloj de cuco, regalo de nuestra boda, hace
tiempo que se rindió agotado de vivir. Como lo estoy yo ahora. Sentado en el
borde de la cama intento calmar el descontrolado temblor que se ha apoderado de
mis manos. Muchos lo achacarían a los años, pero yo sé la verdad, es el miedo.
Siempre temí a los fantasmas, sobre todo a
aquellos sedientos de venganza. Durante años te intuí, rondándome. Mientras fui
fuerte pude mantenerte alejada, pero has debido adivinar que mi fin se acerca y
cada noche me torturas con traviesos susurros que sólo yo escucho, tenues roces
en la nuca que me erizan el vello y el rastro de ese olor tuyo que siempre se
me pegaba a la piel, ahora más que nunca.
Te amé hasta la locura, de hecho, jamás dejé
de hacerlo. Si todo salió mal, fue tu culpa. Me ponías celoso y desatabas mi
ira hasta hacerme perder el control. No encontré otra manera de retenerte a mi
lado que no fueran las humillaciones y los golpes. ¿De verdad pensaste que iba
a permitir que me abandonaras? Eras mía.
No pretendía que tu último aliento se
escapara entre mis dedos. Mi única intención era retenerte a mi lado, evitar
que cruzaras la puerta con tus maletas cargadas de angustia y rencor. Qué ironía, con tu muerte
conseguiste lo que en vida no te quise dar: la libertad.
No se supo la verdad. Insistí en que me
habías dejado y ellos me creyeron. Lo que ignoraba es que junto a tu condena,
firmé la mía. Nunca te fuiste de mi lado, te quedaste para atormentarme con tu
ausencia. Ahora, tantos años después, cuando el tiempo debería haber difuminado
tu recuerdo, vuelves para arrancarme la paz en mis últimos momentos.
Me sabes viejo y cansado, y te aprovechas.
Un crujido a mis espaldas me sobresalta. Creo ver tu esbelta figura, sin que el
desgaste del tiempo haya hecho mella en ti. Tu bello rostro vestido con una
amarga sonrisa y los ojos brillando impacientes por la tan esperada venganza.
Tus brazos se extienden hacia mí para envolverme en un abrazo frío como el
acero y me arrastras contigo a las profundidades de las tinieblas.
Yo me rindo. Al fin entiendo, nunca fuiste
mía.
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