"DE SEIS A OCHO" (Cuaderno Literario de La Tertulia Literaria de Guardamar)

viernes, 19 de junio de 2015

"EL MÚSICO INGLÉS" RELATO DE LEO NISTAL PRIETO DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR, PUBLICADO EN "GUARDAMAR DIGITAL" EL 17-06-2015

Publicado en Guardamar Digital el 17 de junio de 2015


EL MÚSICO INGLÉS                                                                             Leo Nistal Prieto 



Amaneció una mañana nublada. Desde el cielo las nieblas descendieron un poco más tarde hasta el jardín de la casa. Y el viajero que llegó de España y aún conservaba en su retina el azul frío del cielo castellano, despertó al nuevo día. La curiosidad y el ánimo de conocer le llevaron hasta la ventana de su cuarto.
En el jardín, que adivinó en su llegada nocturna, un alto pino era el rey entre los arbustos  y aunque parecía estar cansado porque sus ramas colgaban hacia abajo con una cierta desgana, su espada señalaba hacia lo alto como tratando de cortar las nubes.
El viajero, que parecía encontrarse con un cierto desánimo, observó cómo entre las ramas de un tilo, un pájaro de plumaje oscuro y pico blanco revoleteaba, mientras otro del mismo color picoteaba entre las hierbas secas que había junto al tronco de la pinácea, donde posiblemente buscaría alguna semilla o lombriz.
Sus pensamientos se dirigieron a los recuerdos de su niñez: durante el invierno estos pájaros taladraban con sus picos el césped de las eras que estaban junto a la escuela y que con sus amigos veía en los recreos mientras corrían sobre el verde raído por el continuo pasto de las ovejas.
Al instante los mirlos levantaron el vuelo y se posaron en el seto debajo de su ventana, y uno de ellos con gran fuerza cantó durante unos momentos como si quisiera saludarlo en aquella mañana nebulosa de su primer día en tierra inglesa.
Entonces un rayo de alegría inundó la cara del viajero y escuchó el mensaje de la naturaleza en su humildad: el músico inglés, gran artista, le ofrecía su música desde un pequeño arbusto y no quiso envanecerse haciéndolo desde el alto pino.
El hombre, más contento y risueño, se preparó para la nueva jornada. Más tarde bajó al jardín, acarició las hojas del tilo y pisó la hierba con gran cuidado, pues las gotas del rocío aún estaban prendidas de las tiernas hierbecillas a modo de colgantes blancos y alzando los ojos al cielo nublado dio gracias al Creador.
Los niños de la casa escucharon el relato y aunque pequeños quisieron oír el cántico del pajarito. Pero este se hizo esperar y ellos tenían la paciencia menuda y la vida larga, y el abuelo pensó que tenían mucho tiempo para escuchar y mucho que aprender.
Pasaban los días y al despertar cada mañana el hombre miraba por la ventana para ver el nuevo día y saludar a la vida: en sus pájaros, al alto pino en representación de los árboles y a las pequeñas florecillas que crecían al abrigo de los setos, también a la niebla y hasta a la lluvia que se enseñoreaba con demasiada frecuencia de la mañana.
Los países son distintos en su conformación geográfica y las gentes variadas en su manera de hablar y de pensar, pero la naturaleza es de todos los hombres que saben amarla, en las pequeñas cosas y en los detalles más nimios el Hacedor nos saluda, nos habla, nos anima y nos hace pensar que dentro de uno mismo y en los momentos tristes, también hay un lugar para la esperanza.
Hoy en la mañana volví a escuchar el cantar del músico inglés, no llovía ni había nieblas bajas, y el primer rayo de sol aún temeroso parecía apuntar con su claridad el alto cielo, y durante las horas tempranas escuché infinidad de cantos, trinos y piadas. El aire aparecía de nuevo y se movían las hojas alegrándolo todo en un baile intermitente y sonoro.
Cuando regrese a mi tierra, recordaré este episodio y para cuando alguien, grande o pequeño de mi familia o gente extraña, lea este pequeño relato, dejo constancia escrita en este papel del momento  inolvidable.
                                                       


viernes, 5 de junio de 2015

"LA TRENZA", RELATO DE ENCARNITA RUBIO ALONSO DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR PUBLICADO EN "GUARDAMAR DIGITAL" EL 03-06-2015

GUARDAMAR DIGITAL 03-06-2015




LA TRENZA                                                                                Encarnita Rubio Alonso
                 

   El mar frente a mí, tranquilo y azul, es el crepúsculo y la luna en toda su plenitud… ¡hermosa¡ –invita a soñar, pensar, recordar… me quedo abstraída en mis pensamientos, un tiempo pasado de niñez, juventud, casi viendo la proyección de una  película; la luna riela con intensidad en las aguas de Guardamar, hoy está tranquila, acaricia suavemente la arena de la playa. Ese murmullo de las olas es la banda sonora de la película.
   Una niña con  trenzas ¡yo¡ que no me gustaba demasiado llevarlas, pero era la forma de ir peinada todo el día, protestaba pero mi abuela decía que para que una mujer no se sintiera nunca triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el pelo, de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar  al resto del cuerpo; había que tener cuidado que la tristeza no se metiera en los ojos, pues los hacía llover, tampoco dejarla entrar en nuestros labios porque los obligaría a decir cosas que no eran ciertas, que no se meta en tus manos –decía– porque puedes quemar las tostadas y derramar el café con leche.
   Y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo.
   Cuando te sientas triste, niña mía, trénzate el cabello, atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento sople fuerte.
   Mi abuela tenía una trenza muy… muy larga pero fina que con mucha gracia recogía en un moño en su nuca; quizá por eso nunca estaba triste ni enfadada.
   ¡Oh, mi abuela Dolores¡… su sabiduría, era maravilloso tener una abuela así .
   Decía que nuestro cabello era una red capaz de atraparlo todo, fuerte como las raíces de los álamos de nuestra finca y suave como la espuma del jabón “Heno de Pravia” con que nos lavamos. ¡Que no te agarre desprevenida la melancolía, niña¡ no la dejes meterse en ti con el cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo.
   “Trenza tu tristeza –decía siempre–, trenza tu tristeza.“
   Pasaba el tiempo, seguía con mis cabellos trenzados, ya era una jovencita, me corté flequillo y decidí  cambiar el peinado, en vez de dos solo una trenza que peinaba al lado o detrás, según la ocasión; otras veces lo recogía en una cola de caballo, pero lo tenía  tan largo que era Isabel (la muchacha) quien se ocupaba de ayudarme a peinarlo, hacerlo sola no era posible, ella lo trenzaba con esmero y al final me ponía un lazo para que no se deshiciera; no debía entrar la tristeza, como decía mi abuela.
   Casi tenía dieciocho años, ya llevaba taconcitos de  “pollita”, así se llamaban, medias, carmín en los labios, me veía ya mayor para llevar ese peinado y decidí que me cortaran la hermosa trenza, para disgusto de más de uno; con ella se fue mi niñez y mi adolescencia. ¿Qué diría mi abuela?
   Quizá que trenzara mi tristeza, aunque ya no tuviese la trenza, pero la conservé  varios años, después no sé que fue de ella. ¿Acaso me libraba del frío  del amor en el corazón, en los huesos, de la nostalgia por las ausencias… y de tantas y tantas cosas?
   Pero mañana me despertaré con cantos de golondrinas… el murmullo de las olas y encontraré todas estas cosas, pálidas y desvanecidas al lado de mis cabellos…
   Acabó la proyección con la banda sonora del mar.