"DE SEIS A OCHO" (Cuaderno Literario de La Tertulia Literaria de Guardamar)

jueves, 30 de julio de 2015

"EL NIÑO QUE NO NACIÓ", RELATO DE EDITH ROSA AGUIRRE DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR, PUBLICADO POR GUARDAMAR DIGITAL EL 29-07-2015



PUBLICADO POR GUARDAMAR DIGITAL EL 29-07-2015


EL  NIÑO QUE NUNCA NACIÓ                                   Edith Rosa Aguirre
El niño, que nunca nació, me vino a visitar anoche.
Juan Calderón Matador

   Qué dicha, ya terminé el primer ajuar para mi  bebé. ¡Faltan tan pocos días para tenerlo en mis brazos!
   Sí, confirmado, es un varón. Como  las pérdidas que he tenido han sido de alto riesgo, debo seguir en reposo; guardaré cama hasta que el doctor me confirme que puedo abandonarla. 
   Creo que estoy dormida en medio de una noche tormentosa. Qué extraño todo lo que siento;  por Dios, ¿qué me sucede? ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son esas personas vestidas de celeste con la mitad de sus rostros cubiertos? ¡Por favor, qué alguien me responda o me volveré loca!  Han colocado sobre mi cara  algo que no me deja respirar. Advierto que mi cuerpo se  eleva, quedo  suspendida, con una sensación  de vacío.  ¿Qué pasa?  Es como si  estuviesen arrancando algo de mis entrañas.  ¡Quiero  defenderme!  ¡Quiero gritar y no puedo! ¿Es que no hay nadie a mi lado? Aquellos gritos que martillaban  en mi cabeza,  de pronto, han sido acallados por una voz masculina que  exclama: “¡Se nos fue!”
   ¿Qué, ¿quién, se fue? ¡Qué alguien me conteste! Nuevamente me cubre una inmensa oscuridad, y un silencio tan grande, que llego a percibirlo como un ruido. ¡No sé el tiempo que ha transcurrido, pero, por sorpresa,  siento  una mano conocida rozar mi mejilla. Sé que es mi esposo;  más  no puedo o no quiero despertar. Me besa.
   Me han dado el alta y  abandonamos la clínica. Hacemos  el trayecto a casa sin  decirnos una palabra.  Percibo sus miradas pero no puedo hablar. Una y otra vez, en mi cabeza retumban las últimas palabras del médico: “Lamentablemente, no se pudo  hacer nada. Era un varón. No tuvo fuerzas para nacer. Tuve que hacer cesárea. Lo importante es que usted está bien, siga con su vida. Recuerde que aún es una mujer  joven y sana.”
   Deseo llegar a casa, estar sola y  controlar este gran dolor que atenaza mi pecho. Aún siento la mirada de mi esposo, sus ojos fijos en mí; pero ya no me importa nada, sólo quiero dormir.
   No sé cuántos días viví en medio de ese sopor. Una noche sentí  que las fuerzas me abandonaban. Ya  no podía ni quería sufrir más. En ese preciso momento, desde muy lejos,  quizás desde lo alto, me llegó  una hermosa melodía  que nunca antes  había escuchado. Vi un sendero resplandeciente, y en él se encontraba  un niño muy guapo,  pequeñito, con una dulce sonrisa en los labios, y sus preciosos ojitos verdes clavados en mí. Extendió sus bracitos; cuando estuve a su lado lo tomé entre los míos. Lo coloqué junto a mi pecho y una gran felicidad me llenó cuando sentí el latido de su corazoncito junto al mío.  Había mucho amor entre los dos y él, mirándome fijamente, calmó mi gran pesar con voz angelical: “No, mamita, no quiero que te encuentres triste, por favor. No pude nacer porque no era mi momento. Debes esperar.  Y sí, tendrás el hijo que ansias tanto, lo prometo, pero continúa viviendo y haz lo que  te recomiendan tus doctores. Llegó el momento  de partir, pero recuerda que este encuentro es sólo tuyo y mío.”  
   Y con un simpático mohín se liberó, blandamente, de mi abrazo, se elevó envuelto en una hermosa estela  y le perdí de vista
   A la mañana siguiente abandoné el lecho con alegría, dejando extrañados  a mi esposo y a los familiares que me atendían.  Al alejarme de ellos, escuché  sus comentarios. Decían qué volvía a ser  la de antes.
   Sólo yo sé  el secreto de mi transformación, que no puedo contarles porque no me creerían: El niño, que nunca nació,  me vino a visitar anoche.


jueves, 16 de julio de 2015

"EL EMBROLLO" DE MERCEDES SENENT GARCÍA DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR, PUBLICADO EN EL PERIÓDICO GUARDAMAR DIGITAL El (15-07-2015)


EL EMBROLLO                                                Mercedes Senent García


-¡Dale más fuerte!, ¡Hunde la pala hasta el fondo! –le grité a Julián con desesperación.
-Eso hago, ¿No lo ves?
Mi marido siempre me la jugaba. En realidad, me la jugaba a mí y a sí mismo. Desde que nos casamos, siento que más que su esposa soy su madre. Así  me siento, como si tuviera que educarle, del mismo modo que lo he hecho con nuestros dos  hijos. ¿Acaso su verdadera madre no supo hacerlo, en todo el tiempo que lo tuvo en su casa? A veces le miro y le veo como a un niño perdido.
La bolsa volvía a subir a la superficie del agua de aquel pequeño puerto deportivo. Nuestra barca era demasiado pequeña para esconder semejante bulto.
-¡Para! –le dije a Julián-. Los vecinos se acercan.
Mi esposo dio un palazo a la bolsa y la desplazó hacia la popa de nuestro barco.
-¿Qué tal, como estáis? –les dije con una falsa sonrisa.
-Muy bien. ¿Y vosotros? –respondió Isabel, mientras se sujetaba su pamela.
-¡Estupendamente! Aquí andamos limpiando un poco nuestra “casita” –contesté  yo a la vez que miraba de reojo la pala.
-Pero si la tenéis reluciente –dijo  nuestro vecino Alberto.
-¡Qué va!, eso es lo que parece desde fuera, pero ya sabéis que en los barcos siempre hay rincones llenos de suciedad –seguí añadiendo yo, impidiendo así que mi marido soltara alguna tontería que nos pudiera delatar.
Mi corazón palpitaba agitadamente y tenía la sensación de que se me debía notar nerviosa, pero cuando yo quería sabía ser una buena actriz.
-Esta mañana andaba por aquí la Guardia Civil –siguió diciendo mi vecino-.Dicen que ayer les soplaron que un alijo de cocaína había llegado a este puerto.
-¡Qué horror! –solté yo-. ¿No me digas que andamos rodeados de narcotraficantes?
-Eso parece –añadió Isabel-.A mí esa gente me da mucho miedo. Dicen que es posible que también trafiquen con armas e incluso  con mujeres para obligarlas a prostituirse.
Al oír sus palabras sentí que me comenzaba a marear y tuve que apoyarme sobre la cabina del barco. La respiración comenzó a acelerarse y percibí como el sudor empapaba cada rincón de mi cuerpo. Traté de controlar el aire que inspiraba y expiraba para relajarme. Toqué en el hombro a  Julián. Este me miró y, por una vez, supo echarme un capote:
-Bueno, si nos perdonáis…Tenemos un poco de prisa y mucho por hacer. Ya sabéis el trabajo  que puede dar un barco…
-¡Oh, claro! Nosotros también tenemos tareas que atender –replicó Isabel, mientras fruncía el ceño-.Adiós.
-Adiós –dijimos mi esposo y yo a la par, mientras nuestras miradas cómplices se cruzaban.
Una sensación de alivio recorrió mi cuerpo. Ahora solo teníamos que preocuparnos del bulto con la droga que mi marido se había encontrado. En algún momento llegué a pensar que lo mejor hubiese sido ir al retén de la Guardia Civil y contarlo todo. Pero pensé que no nos habrían creído y nos habrían arrestado. A saber los años que le pueden caer a una por traficante de drogas…Que mala suerte tuvimos al recibir con la marea aquella bola.
Tras buscar Julián y yo durante más de una hora por los alrededores del barco, comprobamos que el bulto había desaparecido. Quizás la raja que le hizo mi marido para ver de qué se trataba hizo que el agua empapara la droga y debido a su mayor peso se hundiera Los dos nos miramos a los ojos y reímos dándonos un efusivo abrazo. ¡Sube!, me dijo mi esposo. Vamos a comernos un arroz a Castellón. Julián en algunas ocasiones, sabía sorprenderme y dejaba de ser “mi niño”, para convertirse en “Mi Hombre”.








sábado, 11 de julio de 2015

" UN INSTANTE DE SOLEDAD" RELATO DE MARÍA DOLORES TOBARRA PÉREZ DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR, PUBLICADO POR EL PERIÓDICO GUARDAMAR DIGITAL EL 01-07-2015



UN  INSTANTE DE  SOLEDAD                                       María Dolores Tobarra Pérez


   Al salir, me sorprendió una ráfaga de aire frío. Rápidamente, volví sobre mis pasos, preparándome para afrontar mejor el cambio tan inesperado de temperatura. Bien parapetada tras la bufanda y el chaquetón, volví a salir dispuesta a hacer tiempo, hasta la hora de coger el próximo tren de cercanías, que me llevaría de vuelta a casa.

   De nuevo en la calle, me di cuenta de que casi todos mis compañeros del taller de “Escritura creativa” ya se habían marchado. A pesar del frío, a esa hora del atardecer el centro de la ciudad estaba muy concurrido y empecé a fijarme en los transeúntes. Me llamó la atención, que casi todo eran parejas y esto hizo, que por unos momentos, sintiera la tan comentada “soledad en medio de la gente”. Se les veía felices, cogidos del brazo, por los hombros, de la mano… Estas últimas eran las que más envidia me daban, despertando en mí la añoranza de un tiempo algo lejano, antes de que el destino me arrebatara súbitamente a mi pareja. Los recuerdos eran tan vivos, que pude sentir mi mano, entonces fría y solitaria, calentita entre las suyas. El dolor en aquel momento, fue tan intenso, que necesité desesperadamente el consuelo de alguien que hiciera realidad mi sueño.

   En esto, un señor andando rápido, me adelantó. En una mano llevaba un maletín mientras balanceaba la otra arriba y abajo. Esa mano, solitaria como la mía, llamó rápidamente mi atención. Me quedé mirándola y, viendo el hueco que se formaba con los dedos un poco doblados, sentí la necesidad, cada vez más imperiosa, de introducir mi mano en él, en ese refugio que imaginaba calentito y acogedor. Seguí andando detrás, sin apartar la vista de ese movimiento arriba y abajo, que, como si de un péndulo se tratara, me tenía casi hipnotizada. De pronto pensé qué pasaría si le abordara y le preguntase: Por favor, señor, ¿sería  usted tan amable de prestarme su mano por un ratito? Figurándome su reacción al volverse y mirarme: ¡Ay va, una loca!, el hechizo se rompió y empecé a reir. Con temor de ser descubierta, me di la vuelta, teniendo entonces el aire de cara, que lejos de molestarme, lo sentí en el rostro como una caricia. Esto me llevó a recuerdos más recientes, cuando a pesar del frío, tras los cristales de mi ventana, con envidia, veía pasar a la gente. A mí, entonces, me habría gustado sentir ese aire helado en el rostro, pero a causa del tratamiento de quimioterapia, no podía permitirme el lujo de coger un simple resfriado. Todo aquello había quedado atrás, y, a pesar del frío, allí estaba yo, sintiéndome, ¡viva!

   El momento de soledad había desaparecido. Pensé en mi familia, mis amigos… No, no estaba sola.

   Paré en un semáforo. Al otro lado de la calle, vi los grandes almacenes en cuya librería, pensé que estaría esperándome el libro, que, sin duda, me haría pasar horas maravillosas. Y, cuando el semáforo se tornó verde, feliz, crucé la calle.