UN INSTANTE DE SOLEDAD María
Dolores Tobarra Pérez
Al salir, me sorprendió una
ráfaga de aire frío. Rápidamente, volví sobre mis pasos, preparándome para
afrontar mejor el cambio tan inesperado de temperatura. Bien parapetada tras la
bufanda y el chaquetón, volví a salir dispuesta a hacer tiempo, hasta la hora
de coger el próximo tren de cercanías, que me llevaría de vuelta a casa.
De nuevo en la calle, me di
cuenta de que casi todos mis compañeros del taller de “Escritura creativa” ya
se habían marchado. A pesar del frío, a esa hora del atardecer el centro de la
ciudad estaba muy concurrido y empecé a fijarme en los transeúntes. Me llamó la
atención, que casi todo eran parejas y esto hizo, que por unos momentos,
sintiera la tan comentada “soledad en medio de la gente”. Se les veía felices,
cogidos del brazo, por los hombros, de la mano… Estas últimas eran las que más
envidia me daban, despertando en mí la añoranza de un tiempo algo lejano, antes
de que el destino me arrebatara súbitamente a mi pareja. Los recuerdos eran tan
vivos, que pude sentir mi mano, entonces fría y solitaria, calentita entre las
suyas. El dolor en aquel momento, fue tan intenso, que necesité
desesperadamente el consuelo de alguien que hiciera realidad mi sueño.
En esto, un señor andando
rápido, me adelantó. En una mano llevaba un maletín mientras balanceaba la otra
arriba y abajo. Esa mano, solitaria como la mía, llamó rápidamente mi atención.
Me quedé mirándola y, viendo el hueco que se formaba con los dedos un poco
doblados, sentí la necesidad, cada vez más imperiosa, de introducir mi mano en
él, en ese refugio que imaginaba calentito y acogedor. Seguí andando detrás,
sin apartar la vista de ese movimiento arriba y abajo, que, como si de un
péndulo se tratara, me tenía casi hipnotizada. De pronto pensé qué pasaría si
le abordara y le preguntase: Por favor, señor, ¿sería usted tan amable de prestarme su mano por un
ratito? Figurándome su reacción al volverse y mirarme: ¡Ay va, una loca!, el
hechizo se rompió y empecé a reir. Con temor de ser descubierta, me di la
vuelta, teniendo entonces el aire de cara, que lejos de molestarme, lo sentí en
el rostro como una caricia. Esto me llevó a recuerdos más recientes, cuando a
pesar del frío, tras los cristales de mi ventana, con envidia, veía pasar a la
gente. A mí, entonces, me habría gustado sentir ese aire helado en el rostro,
pero a causa del tratamiento de quimioterapia, no podía permitirme el lujo de
coger un simple resfriado. Todo aquello había quedado atrás, y, a pesar del
frío, allí estaba yo, sintiéndome, ¡viva!
El momento de soledad había
desaparecido. Pensé en mi familia, mis amigos… No, no estaba sola.
Paré en un semáforo. Al otro
lado de la calle, vi los grandes almacenes en cuya librería, pensé que estaría
esperándome el libro, que, sin duda, me haría pasar horas maravillosas. Y,
cuando el semáforo se tornó verde, feliz, crucé la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.