EL EMBROLLO Mercedes Senent García
-¡Dale
más fuerte!, ¡Hunde la pala hasta el fondo! –le grité a Julián con
desesperación.
-Eso
hago, ¿No lo ves?
Mi
marido siempre me la jugaba. En realidad, me la jugaba a mí y a sí mismo. Desde
que nos casamos, siento que más que su esposa soy su madre. Así me siento, como si tuviera que educarle, del
mismo modo que lo he hecho con nuestros dos
hijos. ¿Acaso su verdadera madre no supo hacerlo, en todo el tiempo que
lo tuvo en su casa? A veces le miro y le veo como a un niño perdido.
La
bolsa volvía a subir a la superficie del agua de aquel pequeño puerto
deportivo. Nuestra barca era demasiado pequeña para esconder semejante bulto.
-¡Para!
–le dije a Julián-. Los vecinos se acercan.
Mi
esposo dio un palazo a la bolsa y la desplazó hacia la popa de nuestro barco.
-¿Qué
tal, como estáis? –les dije con una falsa sonrisa.
-Muy
bien. ¿Y vosotros? –respondió Isabel, mientras se sujetaba su pamela.
-¡Estupendamente!
Aquí andamos limpiando un poco nuestra “casita” –contesté yo a la vez que miraba de reojo la pala.
-Pero
si la tenéis reluciente –dijo nuestro
vecino Alberto.
-¡Qué
va!, eso es lo que parece desde fuera, pero ya sabéis que en los barcos siempre
hay rincones llenos de suciedad –seguí añadiendo yo, impidiendo así que mi
marido soltara alguna tontería que nos pudiera delatar.
Mi
corazón palpitaba agitadamente y tenía la sensación de que se me debía notar
nerviosa, pero cuando yo quería sabía ser una buena actriz.
-Esta
mañana andaba por aquí la Guardia Civil –siguió diciendo mi vecino-.Dicen que
ayer les soplaron que un alijo de cocaína había llegado a este puerto.
-¡Qué
horror! –solté yo-. ¿No me digas que andamos rodeados de narcotraficantes?
-Eso
parece –añadió Isabel-.A mí esa gente me da mucho miedo. Dicen que es posible
que también trafiquen con armas e incluso
con mujeres para obligarlas a prostituirse.
Al oír
sus palabras sentí que me comenzaba a marear y tuve que apoyarme sobre la
cabina del barco. La respiración comenzó a acelerarse y percibí como el sudor
empapaba cada rincón de mi cuerpo. Traté de controlar el aire que inspiraba y
expiraba para relajarme. Toqué en el hombro a Julián. Este me miró y, por una vez, supo
echarme un capote:
-Bueno,
si nos perdonáis…Tenemos un poco de prisa y mucho por hacer. Ya sabéis el
trabajo que puede dar un barco…
-¡Oh,
claro! Nosotros también tenemos tareas que atender –replicó Isabel, mientras
fruncía el ceño-.Adiós.
-Adiós
–dijimos mi esposo y yo a la par, mientras nuestras miradas cómplices se
cruzaban.
Una
sensación de alivio recorrió mi cuerpo. Ahora solo teníamos que preocuparnos
del bulto con la droga que mi marido se había encontrado. En algún momento
llegué a pensar que lo mejor hubiese sido ir al retén de la Guardia Civil y
contarlo todo. Pero pensé que no nos habrían creído y nos habrían arrestado. A
saber los años que le pueden caer a una por traficante de drogas…Que mala
suerte tuvimos al recibir con la marea aquella bola.
Tras
buscar Julián y yo durante más de una hora por los alrededores del barco,
comprobamos que el bulto había desaparecido. Quizás la raja que le hizo mi
marido para ver de qué se trataba hizo que el agua empapara la droga y debido a
su mayor peso se hundiera Los dos nos miramos a los ojos y reímos dándonos un
efusivo abrazo. ¡Sube!, me dijo mi esposo. Vamos a comernos un arroz a
Castellón. Julián en algunas ocasiones, sabía sorprenderme y dejaba de ser “mi
niño”, para convertirse en “Mi Hombre”.
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