"DE SEIS A OCHO" (Cuaderno Literario de La Tertulia Literaria de Guardamar)

miércoles, 22 de abril de 2015

"PRIMER TRASLADO", RELATO DE LEONARDA CAROCA FUENZALIDA DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR, PUBLICADO EN "GUARDAMAR DIGITAL" EL RINCÓN LITERARIO (08-04-2015)

Publicado el 08-04-2015


PRIMER TRASLADO                                                          Leonarda Caroca Fuenzalida



Era una mañana de invierno y yo iba viajando en bus junto a mi madre. Ella temblaba, aunque la combinación de las piedras del camino y la escarcha con la vejez de los fierros  del vehículo también hacían lo suyo; iba nerviosa. Yo daba diente con diente; pero de frío.
Hacía días que la notaba diferente, agresiva; había una fuerza pugnando por estallar en cada uno de sus movimientos y eso me hería en la piel.  Otrora tan dulce, andaba ahora, rebuscando rabias por todos los rincones de la vida doméstica.  
Hasta que me  dijo:
-Chela, mañana me vas a acompañar a la ciudad. Voy a hablar  con el Jefe de tu padre.
Y, claro,  la acompañé. Era  su decisión, yo, una niña de siete años.
Nerviosa. Enarbolaba su cuarto embarazo y la rogativa de salvar a la familia. Salvarla  alejando a mi padre, enamorado  de una profesora del lugar ¿qué mejor solución, señor? cambiarnos todos para el Sur. “Mejoraría su conducta funcionaria”, alcancé a oír, sin entender qué sería eso.
Orden de traslado inmediato.
Viajando en un tren con locomotora de carbón,  vamos internándonos en un paisaje   cada vez más verde. Vemos los silenciosos ríos preñados de troncos flotando, atentos a la sola música de su nombre, Bio-Bio, detenernos en el centro mismo de la humedad frente a un cartel que decía, Antilhue. Milenarios troncos abatidos  por la sierra, el aserrín chorrea a borbotones.
Éramos los únicos pasajeros en el carro de primera clase, por eso no pudimos disfrutar de la fiesta que llevaban los viajeros de tercera. Desde  nuestro sitio se escuchaban las canciones y las risas, por eso,  al menor descuido de mi madre, corríamos a mirar.  Ellos iban con guitarra y todo, disfrutando del contenido de unos enormes canastos llenos de comida, con huevos duros  por lo menos para una semana, tomando café “con malicia”(aguardiente) por el camino, festejando con personas que  se encontraban por pura casualidad en el mismo tren. La locomotora atravesando un puente superaba cualquier fantasía: sonaba con todos los vagones encabritados, la bestia espantada por su propio ruido y el séquito del humo oloroso  a carbón.
El Sur era el progreso, se decía. O sea, llegamos al futuro: el tractor y no el arado  con bueyes, profusamente  ilustrado en  mi libro de lectura. El camión en vez de la carreta, el orden de las hileras de árboles y la lluvia torrencial .No el desorden de la naturaleza. Pero también los majestuosos ríos y los nostálgicos lagos. Parecía otro país. Un color  verde  profundo pintaba los árboles, el pasto. Había un viento cordillerano “quebrantahuesos”, y el cielo era un vidrio transparente.  Una manera distinta de afrontar la vida, gente hablando de otra forma. Cantadito. Guardando para sí las palabras que se cuelan entre dientes, como si pronunciar  claramente expusiera la boca, vitrificándola. O le pudiera entrar una esquirla de hielo  hasta las mismas entrañas y congelarlas.  
Cambió el paisaje. También el clima fuera de casa. Conocimos por primera vez a  la gente rubia que nos miraba desde arriba…venían de otras tierras.
El traslado hacia el sur nos había llevado a otro mundo; a nosotros, los niños, nos golpeó con la exigencia de aprender a vivir en otras latitudes y a disfrutar de la prueba. Pero ahí me di cuenta  de que  uno se traslada con todo su equipaje. Mis padres, igual, porque no hay olvido ni pérdida. Te vas con lo que la vida te ha puesto encima al primer paso fuera del mapa.
Me faltaba descubrir que no hay regreso.

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