EL BOSQUE MÁGICO
Mercedes Senent García
Hace ya más de cien
años, existía un pueblo coronado por un castillo, desde el cual se podían
divisar las aguas del mar Mediterráneo. Sus olas acercaban a la orilla montañas
de arena que el río vertía incesantemente. De este modo se fueron formando
numerosas dunas que se iban desplazando debido a la acción del viento. Tanto
fue así, que estos montículos llegaron a acercarse demasiado a las casas y a
los cultivos, poniendo en peligro la supervivencia de la población.
Francisco, joven
campesino, culto e inteligente, conocía
el problema que les acechaba y le daba vueltas al asunto con bastante
insistencia. Tal era así, que cuando su trabajo se lo permitía, se iba a la
biblioteca del pueblo en busca de una solución a este problema local. Entre
todos los libros que consultó halló en uno de botánica los dibujos de unas
plantas que crecían en tierras áridas. ¿No sería esa la solución al problema?
Siguió leyendo, y mientras lo hacía,
pensaba también en que debía encontrar a alguien importante capaz de dirigir
semejante empresa.
Una tarde de domingo,
mientras paseaba con sus amigos, decidió contarles el descubrimiento que había
hecho en la biblioteca del pueblo:
-¿Sabéis que hay plantas
que pueden crecer en estas dunas por las que caminamos ahora? –dijo Francisco a
Manuel y a Andrés, ante la mirada incrédula de éstos.
-No es posible –
respondió Andrés- en la arena no puede
crecer nada. ¿De dónde has sacado
semejante idea?
-En la biblioteca he
encontrado libros que hablan de plantas que pueden crecer en las dunas. Al
parecer hay árboles y arbustos que necesitan de poco abono para fijarse al
suelo y echar raíces.
-A mi me parece que es
una buena idea para frenar el avance de las dunas que en poco tiempo pueden
cubrir los huertos y las casas –añadió Manuel.
-La cuestión ahora es
encontrar a alguien con conocimientos suficientes para llevar a cabo este
trabajo – continuó Francisco-. Alguien con estudios que sepa cómo crear, en
esta tierra estéril, un bosque.
-Amigo, creo que estás
delirando – replicó Andrés-. ¡Un bosque! Eso es algo imposible aquí. Yo, desde
luego, no puedo ni imaginarlo.
Francisco quedó callado,
pensando en las palabras de su amigo. Tal vez, la respuesta era esa: Había que
imaginarlo primero para crearlo después. Y lo bueno era que él si era capaz de
verlo en su mente despierta. Podía ver hasta los gnomos del bosque. A veces, se
decía así mismo, era capaz de imaginarse
cosas inverosímiles; pero aquella idea del bosque sabía que se podía hacer
realidad.
-¿Por qué no vamos
mañana mismo a hablar con el alcalde? – añadió Manuel-.El puede conocer a
alguien capaz de dirigir esta obra, y al fin y al cabo el pleno del
Ayuntamiento deberá aprobar el presupuesto para pagar los gastos que todo esto
conlleve.
-Me alegra tu propuesta
Manuel, pienso que eso es ir al grano –dijo Francisco lleno de gozo-. ¿A eso de
las nueve está bien?
-Sí, es una buena hora
–respondió Manuel-. Nos vemos en la puerta del Ayuntamiento.
Los tres se separaron
para dirigirse a sus respectivas casas. El sol apenas se veía ya, dejando tras
de las montañas un paisaje enrojecido que llenaba de belleza aquél atardecer.
A la mañana siguiente, a
las nueve en punto, Francisco vio desde la puerta de la que él llamaba “La casa
del pueblo”, cómo Manuel se acercaba. Ambos sabían que Andrés no iba a
aparecer, pero les importaba poco. El mundo estaba lleno de escépticos y sabían que su amigo era uno de ellos. ¡Ni
caso! Ellos sí creían en aquella idea y la iban a defender con toda convicción.
El alcalde aprobó
aquella propuesta, y de esta manera se originó el mágico bosque.
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