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Relato publicado el 13-08-2015 |
LOS MUNDOS PARALELOS
Galina
Álvarez
Cuando era pequeña me apasionaban las historias fantásticas. Leía mucho
sobre estrellas, galaxias y años luz. Y también pensaba en los mundos
paralelos. Creía sinceramente en las historias sobre platillos volantes y en
los testimonios de la gente que afirmaba que los había visto.
Han pasado muchos años y ya no creo en esos cuentos. Pero sí creo en los
mundos paralelos; porque los he visto con mis propios ojos.
Viví mis primeros años en Suecia en un barrio de extranjeros. Hay muchos
suburbios de ese tipo en todas las ciudades de este país nórdico. Hay que decir
que todos los barrios residenciales suecos son bonitos, incluso los destinados
a los inmigrantes, con edificios pintados, árboles frondosos y flores por
doquier. Lo único que los diferencia es el contenido. En los barrios de los
nativos viven muchas personas rubias y existen normas para casi cualquier
actividad humana. Y, por encima de todo, hay silencio. Se reglamenta a qué hora
poner la lavadora, escuchar música o descargar el baño.
Por el contrario, en los barrios de inmigrantes el baño se descarga a
todas horas y la basura se amontona al lado de los depósitos. Las motos,
conducidas por adolescentes, circulan por las aceras a gran velocidad y hacen
un estruendo espantoso. Las antenas parabólicas llenan las fachadas como las
hojas a los árboles. Y los idiomas que más se oyen son el árabe, el turco o el
suajili. La piel morena y el velo en la cabeza femenina son un cuadro muy
típico. La gente en los guetos habla un sueco pobre o no lo habla en absoluto.
Así que miran las noticias y las telenovelas de su tierra y en su propio
idioma. Los habitantes de estos guetos apenas salen de ellos. Y lo común es,
independientemente del país de origen, que todos critiquen a los suecos.
La gente de los barrios privilegiados vive ajena a todo eso y sólo se
preocupa de los impuestos, porque más refugiados significan más impuestos. Esa
es la matemática. ¿Acaso estos mundos no son paralelos?
Al mudarme al Levante español, me di cuenta de que también aquí existen
esos mundos. Solo que al revés. He visto barrios enormes llenos de ingleses,
noruegos, suecos y hasta rusos. Claro, se trata de gente solvente. No necesitan
subsidios, sino todo lo contrario, pues pagan impuestos en España. Sin embargo,
también viven en guetos. La mayoría no habla el castellano o lo habla muy mal.
No quieren saber nada de las normas españolas, ya que les parecen incómodas.
Tienen reglas propias, porque están seguros de saberlo todo mejor. No tienen en cuenta ni siquiera las
condiciones climáticas. Por ejemplo, critican la siesta. Para demostrar la
inutilidad de esta “tonta” costumbre (pura pérdida de tiempo) salen de paseo con
el sol rajando las piedras y cenan a las seis. Como lo hacían en el norte,
donde a las tres de la tarde, en invierno, ya es noche profunda. La televisión
que ven es la de su tierra y en su propio idioma. Y lo común es,
independientemente del país de origen, que todos critiquen a los españoles.
Por otro lado, los españoles viven en su propio mundo, el mundo de la
crisis, el desempleo y las fiestas populares. Ajenos al descontento que
provocan en los barrios vecinos, siguen permitiendo bicicletas en las aceras y
ocupando la vía pública con las mesas de los restaurantes. Y para colmo, no se
esfuerzan en mantener la ciudad limpia de excrementos de perros ni prohibir a sus hijos jugar a la pelota
hasta las tantas de la noche en los patios de las viviendas. Infringen, de esa
manera, todas las leyes escritas. Y a pesar de todo, viven muy felices.
Son también dos mundos paralelos, ¿no es cierto?
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