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GUARDAMAR DIGITAL 03-06-2015 |
LA TRENZA
Encarnita Rubio Alonso
El mar
frente a mí, tranquilo y azul, es el crepúsculo y la luna en toda su plenitud…
¡hermosa¡ –invita a soñar, pensar, recordar… me quedo abstraída en mis
pensamientos, un tiempo pasado de niñez, juventud, casi viendo la proyección de
una película; la luna riela con
intensidad en las aguas de Guardamar, hoy está tranquila, acaricia suavemente
la arena de la playa. Ese murmullo de las olas es la banda sonora de la
película.
Una niña
con trenzas ¡yo¡ que no me gustaba
demasiado llevarlas, pero era la forma de ir peinada todo el día, protestaba
pero mi abuela decía que para que una mujer no se sintiera nunca triste lo mejor
que podía hacer era trenzarse el pelo, de esta manera el dolor quedaría
atrapado entre los cabellos y no podría llegar
al resto del cuerpo; había que tener cuidado que la tristeza no se
metiera en los ojos, pues los hacía llover, tampoco dejarla entrar en nuestros
labios porque los obligaría a decir cosas que no eran ciertas, que no se meta
en tus manos –decía– porque puedes quemar las tostadas y derramar el café con
leche.
Y es que a
la tristeza le gusta el sabor amargo.
Cuando te
sientas triste, niña mía, trénzate el cabello, atrapa el dolor en la madeja y
déjalo escapar cuando el viento sople fuerte.
Mi abuela
tenía una trenza muy… muy larga pero fina que con mucha gracia recogía en un
moño en su nuca; quizá por eso nunca estaba triste ni enfadada.
¡Oh, mi
abuela Dolores¡… su sabiduría, era maravilloso tener una abuela así .
Decía que
nuestro cabello era una red capaz de atraparlo todo, fuerte como las raíces de
los álamos de nuestra finca y suave como la espuma del jabón “Heno de Pravia”
con que nos lavamos. ¡Que no te agarre desprevenida la melancolía, niña¡ no la
dejes meterse en ti con el cabello suelto, porque fluirá en cascada por los
canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo.
“Trenza tu
tristeza –decía siempre–, trenza tu tristeza.“
Pasaba el
tiempo, seguía con mis cabellos trenzados, ya era una jovencita, me corté
flequillo y decidí cambiar el peinado,
en vez de dos solo una trenza que peinaba al lado o detrás, según la ocasión;
otras veces lo recogía en una cola de caballo, pero lo tenía tan largo que era Isabel (la muchacha) quien
se ocupaba de ayudarme a peinarlo, hacerlo sola no era posible, ella lo
trenzaba con esmero y al final me ponía un lazo para que no se deshiciera; no
debía entrar la tristeza, como decía mi abuela.
Casi tenía
dieciocho años, ya llevaba taconcitos de
“pollita”, así se llamaban, medias, carmín en los labios, me veía ya
mayor para llevar ese peinado y decidí que me cortaran la hermosa trenza, para
disgusto de más de uno; con ella se fue mi niñez y mi adolescencia. ¿Qué diría
mi abuela?
Quizá que
trenzara mi tristeza, aunque ya no tuviese la trenza, pero la conservé varios años, después no sé que fue de ella.
¿Acaso me libraba del frío del amor en
el corazón, en los huesos, de la nostalgia por las ausencias… y de tantas y
tantas cosas?
Pero mañana me despertaré con cantos de
golondrinas… el murmullo de las olas y encontraré todas estas cosas, pálidas y
desvanecidas al lado de mis cabellos…
Acabó la proyección con la banda sonora del
mar.
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