"DE SEIS A OCHO" (Cuaderno Literario de La Tertulia Literaria de Guardamar)

lunes, 26 de octubre de 2015

"DEL CABELLO Y LAS CANCIONES DE MI MADRE", RELATO DE HELENA C. VILARELLE DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR. PUBLICADO POR EL PERIÓDICO GUARDAMAR DIGITAL (21-10-2015)

(21-10-2015)

DEL CABELLO Y LAS CANCIONES DE MI MADRE        Helena C. Vilarelle

Vivíamos en lo alto de una loma en zona restringida y muy aislada. Abajo estaba la explanada, donde se encontraba la caseta del guarda de la zona y el muelle, unido a una edificación que se adentraba en el agua y en cuyo interior se protegía el yate de Míster Irene Dupont, el dueño de toda Punta de Hicacos en el istmo matancero de Varadero.
A mi madre el pelo le llegaba a los tobillos. Lo lavaba en la misma batea que nuestra ropa, aunque a esas prendas las colocaba en la tendedera, abriendo la soga y enganchándolas en la misma. A mí me gustaba ver cómo el aire quitaba la humedad de las telas inflándolas y moviéndolas a capricho, pero me atraía más la cabellera de mi mamá expuesta al sol. Cuando había visitantes en el muelle, ellos contemplaban tan embelesados como yo la operación del secado de su cabello que constituía todo un espectáculo.
 Mi madre era una mujer dulce, alegre y con una magnífica voz. Ligado estrechamente al de ella mi universo infantil se ensanchaba cuando dividía su pelo en dos mitades. Ese era el momento en que tocaba cantar.  Comenzaba entonando  “Cielito Lindo” y  como por arte de magia,  de entre sus manos surgía un lápiz con el que me dibujaba  un lunar cercano a la boca. Su pelo dividido en dos mitades descansaba delante, sobre los hombros. Yo lo acariciaba; sentía que era suave como los pétalos de rosas y como nacían de su cabeza, los relacionaba con las historias que ella me contaba: Pensaba en el cuento de la doncella que decía al príncipe: “Caballero del sombrero de pelo. ¿Cuántas estrellitas tiene el cielo?” E intentaba imaginar cómo sería un sombrero hecho con su pelo. Esta ensoñación finalizaba cuando ella comenzaba el trenzado mientras lanzaba al aire su variado repertorio de canciones.
Entre mis preferidas estaba una que se acoplaba a su voz de manera cálida.  ”Martha, capullito de rosa, Martha, del jardín linda flor. Dime, que feliz mariposa en tu cáliz se posa a libar tu dulzor...”  Yo pensaba que libar debía ser algo parecido al resplandor del sol en sus cabellos.
Al finalizar sus trenzas, las fijaba con varias vueltas entrecruzadas en lo alto de su cabeza y a mí,  se me antojaba que era una corona. A continuación le pedía que cantáramos juntas. Ella sabía que esa era mi parte preferida del día,  y que no la dejaría en paz si no concluía la faena de ese modo. Así que, poniendo los brazos en jarra,  lanzaba mi madre un grito que parecía un quejido risueño.  “Uy juy juy juy juy juy”  Después entonaba:  Allá en el Rancho Grande,/  Allá donde vivía./ Había una rancherita,/Que alegre me decía / Que alegre me deciaaaaaaaa…
Y mi madre alargaba la nota cantada para darme tiempo a que le preguntara gritando:
─¿Qué te decía, mamiiiiiii?  ¿Qué te decía?  ─y ella señalándome respondía cantando:
─Te voy hacer los calzoneeeeeeeeees…
Y volvía a dar tiempo a que yo, revoloteando a su alrededor,  inquiriera:
 ─¿Cómo? ¿Cómo?  ─Mientras ella remataba;
─Como los zurce el  ranchero.
Cuando fui mayor, me dijo que el pelo lo mantuvo tan largo por una promesa que hizo a La Virgen: Me comentó que  yo había estado desahuciada cuando era un bebé y como milagrosamente me había salvado, ella estuvo seis años sin cortarse el cabello.
 Cuando estaba a punto de finalizar su ofrecimiento,  mi hermano de seis meses se cayó  de la cuna y estuvo en coma varios días con un coágulo de sangre en la cabeza. Los médicos dijeron que si no despertaba se moría.  Entonces ella ofreció alargar su promesa y como así fue, ¡soportó ocho años el peso de su cabellera!


miércoles, 14 de octubre de 2015

" ESTRATEGIA DE SILENCIO", RELATO DE LEONARDA CAROCA FUENZALIDA DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR, PUBLICADO POR EL PERIÓDICO GUARDAMAR DIGITAL EL 06-10-2015

Publicado por Guardamar Digital el 06-10-2015

ESTRATEGIA DE SILENCIO                                                                     Leonarda Caroca

      Florecía el abutilón, anunciando la primavera desde una esquina del jardín  se inclinaba perezosamente  sobre la reja;  a cada soplo de viento  hacía una solemne reverencia a todos los que estábamos en casa, regalándonos su  pedazo de sol,  ofrenda del día.
      Ayer estaba mirándolo por la ventana de la cocina cuando  llegaste, venías  rabioso. Viste  la planta y le diste un manotazo, tal vez para advertirle  que no te rozara. No me cupo duda de que, en tu rabia no veías al arbusto sino a mí. Como  siempre, mi  corazón había empezado a palpitar con furia, advirtiendo  el peligro. Mejor  callar, ya me enseñó mi madre, no hablar mejor, dejar que pase el mal momento guardando los dolores debajo de la alfombra.
     La cocina era mi lugar de trabajo, allí  permanecía la máquina de coser junto a diferentes prendas: la  cortina, la blusa o lo que fuera que estaban- siempre- esperando por mí. Trabajo urgente; pero al verte quedé inmóvil, me detuvo el descubrimiento de que la violencia se estaba transformando en tu actitud de costumbre ¡Nunca imaginé que esto podría llegar a sucederme! Estaba confundida, pensando, en penumbras de mí misma, tratando de coser.
     La cachetada en pleno rostro me torció la cara y un grito. -¿Te estás haciendo la indiferente? ¡Imbécil!- Segundos después te vi dando puntapiés a mis costuras o disparando por los aires lo que se podía.
   Era tu venganza porque en la noche me había encerrado a dormir en el  escritorio. Con llave. Por cierto que no dormí.  Tenía miedo. Tuve la certeza de que  deseabas  golpearme con  más furia
  -¡Esto no se perdona, estúpida, me las vas a pagar!- gritaste, mientras golpeabas  la puerta  con tus pies. -Eres mi mujer y debes atenderme, oíste, atenderme. ¡No se te olvide!
   Quizás todos los hombres son igualmente rabiosos, como pensaba mamá. O puede que dijera eso para justificar a mi padre.
    Te fuiste dando  un portazo  que alcanzó   al arbusto, una flor cayó estrepitosamente al suelo.
      Después de la rabia,  vendría lo de siempre: tus caricias exigentes, y  yo aceptaría, fingiendo, pero después… que… si acaso no te quiero, si me olvidé de lo bueno que eres en la cama , si tengo un amante…eso,  un amante es tu mayor miedo y la palabra surge  apenas interpretas  que me  estoy cansando de este juego difícil. Enseguida te afligen tus propios pensamientos y empiezas a exigir más y más hasta que  ya no puedo soportar. Tampoco ese olor a alcohol que llena toda la pieza.
    Las horas en silencio frente a la máquina de coser me consolaban  primero, pudiendo soportar el recuerdo de las malas palabras  y el acero filudo de tus ojos. Siempre me enojó  el que mi madre  perdonara una y otra vez las continuas  palizas de papá, y ahora, me estaba pasando-a mí- lo mismo; y eso me llenaba de furia. ¡No quería ser igual que ella!
    Hoy día, estaba preparando tu comida cuando llegaste, pero tú traías tu saco de  furias y también, tus manos de piedra. No supe cómo lancé el sartén sobre tu cabeza y en la próxima escena, estabas  en el suelo  con la  frente coronada  por los panqueques a medio cocer, los ojos cerrados  y el aceite chorreando, abriendo cauces sanguinolentos  entre la maraña de tu pelo.
  Tu cara de sorpresa me provocó mucha risa…valentía y miedo.
  Te paraste, fuiste a buscar la pala y con todo tu cuerpo, de un solo golpe, destrozaste  las ataduras del arbusto a la tierra, matándolo. A cada golpe de pala, decenas de florecillas saltaban por los aires  tiñendo el paisaje con su sangre inocente.
   A cada golpe de pala, voy llenando mi maleta. No seré nunca más la víctima. Me voy, lejos, lejos de ti.